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domingo, 2 de octubre de 2011

NEBLINA MORADA: ¿Y dónde está el socialismo?

Neblina morada

¿Y dónde está el socialismo?


Volver a un Estado premoderno, o establecer no la dictadura del proletariado sino la asunción de los trabajadores en las decisiones y tal vez la abolición de la burguesía, sería retornar a las cosas esenciales, reconstruir las relaciones comunitarias, lograr el abandono de lo hipermoderno y su discurso fragmentalista, hacer una tabla rasa de los meandros de la crisis mundial, decidirse por la sustentabilidad y no por la parcialidad( los efímeros placeres y artificios), dejar los grandes sucesos de riqueza por la sencilla ceremonia del vivir: casa, vestido, alimento y cultura. ¿Es el punto del no retorno?, puede ser, pero se dejaría ese frenesí por el dinero y la posesión inhumana que arrastra a la raza terrícola al despeñadero y la auto supresión en medio de la violencia, la depredación, el ataque ecológico autodestructivo. La lógica del dinero se sacia a sí misma., se precipita hacia el caos. La ganancia requiere de más ganancia y dejan de importar las razones, los individuos, la dignidad. El horror y la muerte nutren el poder que a su vez se sabe efímero, finito, y en su más alto estadio. Si se suprime el fervor religioso y espiritual, no hay miedo a la muerte. Todo es aquí y ahora. No hay más. Borrados pasado y futuro: el presente es único. Antaño las religiones dotaban de esa condición trascendente y que apaciguaba las ansias, sosegaba ambiciones, y dotaba de proyectos más allá de la vida. Tarkovski el cineasta ruso en pleno socialismo real lo supo y lo plasmó en esa memorable cinta El Sacrificio, donde la religiosidad conjuraba la amenaza atómica, y la vuelta a las cosas esenciales, en un acto nietzscheando, regeneraba la vida toda. Una metáfora de lo que acaece actualmente y lo que hace falta.

Abandonar lo efímero por lo trascendente. Virar hacia la naturaleza y su sabia alianza de ciclos, la humanidad comunitaria, el retorno a la familia solidaria y protectora, el desprecio a la velocidad y al oropel de los tiempos, el incendio de los software como premisas para la justificación vital y depositaria de todas las respuestas, es decir: la nueva revolución humanista que aun es posible, asumir las diferencias y eliminar lo uniforme. No un retroceso: un respiro. La tecnología es la vía del holocausto, instrumento del dinero para perpetuarse. ¿Imposible? No, si muy difícil. Una nueva conciencia del vivir, un refugiarse en los antiguos y su conocimiento de otro mundo. Abolir los egoísmos y sus templos narcisistas. El ser de hoy está ensimismado, no ve al otro, no sale de sí mismo y si lo ve es para denostarlo. Todas las corrientes de amor y de compasión y de encuentro son vistas como sospechosas. El individuo es el fin, el aislamiento, el egoísmo. El espíritu gregario se acabó con el resabio de la última utopía. Sin embargo, en el postmarxismo, el retomado del joven Marx, y que Althusser asimiló muy a bien a su teoría sobre idolología, adaptado a los tiempos que corren, vemos que esa estructura donde la liberación del capital ha generado nuevas categorías que generan crisis y una implosión impostergable, es donde el individuo debe reabrir el debate acerca de la conciencia colectiva y colectivista. Las señales de la tribu son en ese sentido: las religiosidades, las artes y el rol del intelectual actuante deben ser recuperados para retomar la idea de cohesión social, ante la fragmentación del sujeto en entidades discernibles, desechables, efímeras como los puestos de trabajo, las mercancías, y los derechos sociales hoy día en todo el mundo.

La tarea es reconstruir ese escenario del proyecto humanista, donde el Estado recupere su figura pero como algo distinto a la época del socialismo real, más justo, más equitativo, menos cerrado. Ese contrapoder, era una opción válida ante los mercados volátiles y especulativos, porque se centraba en el hombre. Tener una opción así, devuelve una ética que resuelve la simbiosis: conciencia y espíritu, aliento trascendentalita y acción social, y todo desde el núcleo comunitario: la familia, el barrio, la aldea, la comunidad, la polis, la patria (cuya noción se debe recuperar). Mientras haya crisis en los estadios espirituales como las iglesias, en la recepción de mensajes como la interacción electrónica teledirigida y alienante, no se podrá recuperar el ser. Ese que aun a veces pervive en el campo, por ejemplo. Y que el arte rescata como una rebelión de los tiempos. El socialismo sería pues un proyecto perfectible, una vuelta hacia la esencia, un recurso para restituir ese proceso civilizatorio que retome la atención en lo humano y no en la ganancia.El materialismo dialéctico puede ser una nueva espiritualidad.El filósofo de Basilea decía que el cuerpo es el alma. Nietzsche cuando hablaba de la degradación de todos los valores no hacía sino consignar eso que vivimos. Dostoievski lo dijo: si Dios no existe, todo está permitido. No es otra cosa esta ausencia de misticismo, de alma de los tiempos, y esto más allá de cualquier religión. La materia es el espíritu, y la esencia es un vacío. Todo lo que representa ese discurso ilusorio devasta el ser. Hay que abrazar un árbol y sentirlo latir de nuevo.

lunes, 12 de septiembre de 2011

NEBLINA MORADA: Francisco Tario y los arrabales de la lengua


NEBLINA MORADA
Francisco Tario y los arrabales de la lengua
Irving Ramírez



Que nadie hable. La estatua o el tiempo pudieran tomarse venganza de ello.
Francisco Tario


Mas allá de ser un escritor olvidado o desconocido, salvo para algunos fervorosos seguidores, Francisco Tario descansa como un poderoso y vigente narrador que se adelantó a su tiempo. Si su biografía es una leyenda, no lo es menos esa capacidad fabuladora sustentada en una prodigiosa imaginación. Y, sobre todo, en lo arriesgado de su quehacer literario que lo llevan a atreverse a todo, en un medio en que las formas las dictan otros. Salirse del script y más en la época en que él lo hizo, habla de un desprecio a la república de las letras a la que nunca perteneció y que tal vez sea el motivo por el que siga  siendo marginal. Su literatura, excéntrica, ciertamente, permanece allí por algo misterioso donde otros han rebasado ese límite de lo inaccesible o de lo difícil, como Salvador Elizondo, por ejemplo. De sus novelas, Jardín secreto, parece que rinde tributo al título, casi imposible obtenerla hoy día, yo la leí por una chica amable que me la dejó como recuerdo, es una fastuosa novela psicológica familiar, una Bildungsroman que se sustenta en el lenguaje, y que lo sitúa como nuestro Henry James mexicano, la trama del protagonista que se enamora del adolescente que no sabe de quién es hija, y la locura de su madre, y la influencia de La Encina, hacienda de equívocos y de encierros misterios donde habita, lo dotan de una rara belleza, una novela intensa y ambigua. Entendible que esta obra maestra no llegue al lector común de hoy, tan acostumbrado a la light literatura de ocasión, como tampoco lo hace La obediencia nocturna, de  Juan Vicente Melo. Su otra novela, Aquí abajo, ha permanecido igualmente secreta y desapercibida para el lector que sólo busca novedades, que sigue la corriente del mainstream literario comercial. Sin embargo, sus cuentos, a más de ser extraños, insólitos dentro de lo insólito por el extenso uso de la prosopopeya, por la metaficción constante, por el lenguaje poético, por lo extraño de sus tramas donde hay féretros que hablan, micos que salen del grifo de agua, padres que buscan ahogarse a lo grande en un trasatlántico, caníbales que contagian su furor por la carne, etcétera, son cuentos perfectos que atrapan por su capacidad visual, por su ritmo y su oficio.

Por ello, no se entiende ese desdén de editoriales y lectores para reivindicar a este autor hispano-mexicano. Su teatro es otra cosa, Ionesco hubiese estado encantado de leer esas obras: El caballo asesinado, por ejemplo. Como lo estuvo Cioran cuando conoció los aforismos de Equinoccio en los 40. Allí halló un Döpelggänger, alguien en el mismo rumbo que él. Aforismos como: “Crimen y beso silencioso: éxtasis de la humanidad”.

Vemos que el misterio en Tario no es tanto de la historia sino de la escritura, del discurso, una rara mezcla de alusión con reflexión que se disuelve en capas semánticas por descifrar. Ese afán por literalizar las metáforas es genial, o de meterse como personaje sin que venga al caso en un relato al final como en “Música de cabaret”, y esa profusión de temas donde sobresalen los fantasmas, el mar, los trasatlánticos. Hablamos de un narrador que no se toma en serio, que se divierte, que usa la ironía como otro lenguaje invisible que sostiene al que se lee. Tario es un autor de la posibilidad, los tiempos hipotéticos siempre serán otra historia. Nietzscheano, ese relato La noche del buque náufrago, sobre el barco suicida, es hermoso, y parece glosarlo a él mismo: “conozco todos los vicios del hombre; las brumas de la ajusticia; el orden de los astros. Lo conozco todo y decidí sucumbir”, porque parece que lo define a él mismo. Un escritor que dejó el lugar a Fuentes, siendo mejor que él, a Rulfo con el que compite en calidad, a los que le precedieron avasallándolos a todos. Tario se atreve a finales sorpresivos que de tan fáciles, nadie lo haría pero a él le funcionan. Como en el cuento "El mar, la luna y los banqueros". En algunos lo obvio de tanto repetirse se vuelve atroz. Un novelista tan exigente, tan puro, que en "El jardín secreto" desplegó esto que dice: "Qué insólito resultaba aquel pájaro negro evolucionando en lo alto sobre un cielo gris de invierno. Y que insólita asimismo aquella ola amarilla que al ponerse el sol, aparecía a lo lejos como un gran barco y emprendía la marcha hacia la orilla." Y, "que enigmático aquel barco, posado sobre la misma ola, siempre el mismo, lejano y negro, sobre el mar blanco.. Y que persistente misterio en aquellas ráfagas de viento, durante los últimos días…"  Se otorga a sí mismo todas las licencias, hasta la cursilería como lo hace en "Yo de amores que sabía", y "Breve diario de un amor perdido", textos emotivos adrede.

Tario es un escritor lleno de mundo, de vida, de cosas qué decir y que encuentra caminos para regalarlos: uno, la música de piano, gran ejecutante; otro, el deporte, portero del Asturias; otro, empresario, con sus salas de cine, y principalmente, sus ficciones, sus poemas, sus reflexiones. Un poeta que sucumbió como el barco de marras, pero que lega una obra inmensa —por inabarcable, no por extensa—, que permite descubrir la vida a cada rato y nos sorprende como un eterno retorno a lo esencial de los reflejos fantasmas.

domingo, 4 de septiembre de 2011

NEBLINA MORADA, El chile es el aura de México

NEBLINA MORADA
El chile es el aura de México
Irving Ramírez

Y uno lleva su aura a todas partes. Qué curioso, tengo amigas en el extranjero, y lo que extrañan en primera instancia es el chile guisado de cualquier manera. En primera instancia ese es su anhelo. Hablaba con un argentino ayer, y me decía que en su patria el mate es algo comunitario, un deber social. El chile es algo parecido. Hermana las clases sociales, se despliega en su inmensa diversidad por el territorio, y por la química de cada ser de esta tierra. Su presencia es tan necesaria como una necesidad psíquica, se extraña, se busca, se persigue. En ninguna parte del mundo ese sentir agridulce logra un sentido tan profundo, habla quizá de ese malestar que gratifica. De ese leve masoquismo que nos hace sentirnos vivos. El de cera y el piquín verdaderos demonios del cuerpo, su ácido que discurre por las glándulas adormeciéndolas. Un adicto al chile, alguien que además se excede, sabe de esto, cuando la cara se duerme y hormiguea. Y qué decir de las salsas multicolores y profusas, rojas, verdes, negras, combinadas, con tomate, en molcajete molidas para abrazar la piedra en ese rito prehispánico indígena, nutriendo toda la cocina inmensa y variada de todo el territorio mexicano con las enchiladas, los chilaquiles, los caldos como el pozole, el chileatole, los diversos moles y guisos, el pipián, etc., y en todo tipo de comida nacional es base de toda una nomenclatura que suele ser endémica.

El chile es un sentir nacional, parte de la educación sentimental, y se confirma como un catecismo inusual. Nos acompaña desde temprano en la vida, y se agota con los años y la existencia vivida. Cuando alguien va al extranjero extraña sobre todo si es prolongada su estadía, dos cosas: El chile y la masa de maíz (en tortillas, gorditas, etc.). Muchos deciden volver o buscar una manera de conseguirlo, dicen que en Italia es considerado droga, y también en otros ámbitos ponderan sus cualidades medicinales, nutritivas, cuasi milagrosas.

Si Schopenhauer decía que el placer es la ausencia de dolor, y Nietzsche que había que sumergirse en el sufrimiento para resurgir fortalecidos, el chile sería una metáfora elocuente de esta condición. Un placer que lastima, un sabor que limpia con el quemante susurro de su magia. Digamos que una atmósfera será efímera, pero dotará de energías para adentrarse en el cuerpo, en el alma según el loco de Basilea, y allí hallará ese recuerdo de quién es este ser que requiere de esta centella para despertar.

El chile, perdón por el lugar común, es un símbolo. De hecho hasta la forma del país semeja un chile doblado. Una patria picante, con picardía. Una patria alegre, avispada, un país alerta. Y sobre todo sumergido en esa tragicomedia que en el espíritu logra lo que el chile en el estómago. Placer y dolor. Si en este país el melodrama es un estigma, ese acto masoquista del displacer que provoca placer con el picante es sintomático. Pero también es un correlato de la resistencia, del poder de soportar el fuego que se resbala. Arde el aura, arde el sosiego, y baila uno en pos del alivio pero en espera de volver a incendiar nuestro interior. Al fin y al cabo todos comen, poco o mucho, o son comidos por él.

Es un vicio que solo por enfermedad se abandona, una necesidad más allá del ritual alimenticio. Signo de identidad, en todas partes, del mexicano, refugio de la conciencia nacional, herencia ancestral de abuelos y de los pueblos originarios. Y por ello entiendo esa ansiedad y esa nostalgia de quienes emigran: el chile es patria, arraigo, raíz y memoria. Ah, que afortunados los que crecimos en este país con su compañía, y bebemos su néctar y sus ardores como un acto litúrgico que nos mete en la vida aun cuando emane algún tipo de letargo. El chile es destino. Es herencia. Acabará con la raza, es decir, no con su exterminio, el último mexicano morderá un chile xalapeño, oriundo de mi tierra, solo por una empacadora que había años ha, y que dio nombre a estos verdes sacrificios sin que realmente se cultive en demasía en estas tierras. Pero qué más da: xalapeños somos, y con los chiles nos presentamos.

lunes, 29 de agosto de 2011

Palomas négridas, por Arturo Jiménez y Roberto López Moreno

La vasta obra del poeta chiapaneco Roberto López Moreno se caracteriza por su sólida raigambre en la tradición popular, vinculada con los recursos de la poesía culta, uniendo dos mundos que usualmente en sus relaciones sociales se encuentran en extremos irreconciliables. Su amplio conocimiento de los recursos estilísticos le permite salvar las distancias que separan los diversos ámbitos culturales y líricos por los que su curiosidad y sensibilidad transitan, y así como suele trazar vínculos y acercamientos de diversa índole estilística en su poesía, también suele establecer relaciones con otros colegas, ya sea músicos, con quienes ha colaborado tanto en espectáculos para la escena como en la elaboración de proyectos musicales, ya sea poniendo él mismo la música a poesía suya o de otros autores, o rescatando para la memoria a autores poco conocidos pero que forman parte de nuestro imaginario cultural.

El poema que ahora compartimos con los visitantes de la página constituye un ejemplo admirable del amplio registro lírico del poeta, así como de su colaboración con otros colegas. Fruto de la colaboración entre el poeta chiapaneco y su colega de origen yucateco, Arturo Jiménez González, Palomas négridas es un poema que no sólo da fe de una larga amistad que se remonta a 1969, sino también de una afinidad particular entre dos poetas que escriben al alimón, verso a verso, este poema, elogio de la palabra y de la colaboración así como de la amistad.

El poema puede ser descargado en el siguiente enlace.




Además, en el siguiente video, pueden escuchar y ver a ambos poetas leer esta obra conjunta, leída aquí en el Teatro Carlos Pellicer, en Xochimilco, el pasado 19 de agosto, durante un festival lírico y homenaje al poeta chipaneco.



domingo, 28 de agosto de 2011

NEBLINA MORADA. Bebed de de mi licantropía, mujeres que corren con los lobos

NEBLINA MORADA
Bebed de de mi licantropía, mujeres que corren con los lobos
Irving Ramírez

El lobo es un animal hermoso. Los territorios que puebla arengan su libertad y su intermitencia. Pocos seres son tan lunáticos con esa asociación ante la espera plateada que los ronda. Y su altivez que se pasea por continentes desde tiempos lejanos. El lobo es más que un canino, un bienhechor de ecosistemas, un villano natural, un acoso del miedo. Su espíritu mas allá de la leyenda es noble, sumamente amoroso con su prole, organizado en sus clanes que se mueven en pos del territorio.

El lobo aúlla con sentido, aprende desde temprano su fina identificación con la noche. Lobo que bebe de los estanques para mirarse y comprobar que no se ha modificado, lobo que en el humano asume la piel de un depredador de sí mismo. Por ello la pareja es primordial, una pareja que se reúna en la manada.

Pero los lobos que impregnan la vida del espíritu, esos que arrojan la sombra de su mirada electrizante, elaboran un dejo de lejanía que no se alía con lo salvaje sino con la soledad. Un lobo solitario es un nostálgico de manada. La soledad redime, la veloz escapatoria de sí mismo le dice que las hembras que lo necesitan son afines al clan. El lobo que además se hace hombre, vuelve a su condición natural. Deduciendo la escala y se reúne con los que a la luz de la luna le vieron desdibujarse.

Lobos somos todos, pero nunca lo sabemos. Los que huyen hacia la pradera hecha de quimera y sueños memorables, son los que poseen la huella de la metamorfosis. Luna que baña a la bestia, no para deshumanizarla, y dotarla de la destrucción, sino para dotar la fuerza del espíritu que se avecina hacia el futuro constructor. Un lobo verdadero teme a los temores, pero no ataca. Salva su integridad de bestia. Su aullido es el acuerdo ritual que estableció la luna, su patria vieja, para cuando cumpla sus castigos y regrese.

Esas mujeres que aprendieron a lidiar con manuales, que se sirvieron de una metáfora como de un manantial de fuerza, no conocían al lobo que las sigue. El lobo del corazón de intemperie, el lobo de la plateada ceremonia, el lobo que no ven pero que corre pero que cuida pero que impregna el sueño de certeza. Ser gregario que funge como centinela de la belleza en las colinas. Lobo de los misterios revelados, lobo sin rumbo en las ciudades nocturnas, lobo que se resiste a la antropofagia. Lobo que corre sin miedo ante el amor doblado, ¡lobo, lobo, lobo! que cimbra con sus heridas la libertad del rio, y en sus ojos marrones engendra la inocencia.

Lupo Malnaro, antropomorfo al que las ropas le estallan y sus colmillos le marcan para escoger su soledad. Cuántas canciones, cuántas películas, cuantas novelas esgrimieron tu figura como un juramento. Uno de los seres más bellos de la creación. Lobo de la pradera, lobo de la montaña, lobo de sí mismo en la ciudad canalla. Corre con ellas sin que lo noten, corre sin fin hacia la luna que llama, cántale que algún día asumirá la música que ofreces como un puente para la caricia.

Hombre Lobo, ya no sabes sino ser lo que no eres, ¿Hombre o bestia? Híbrido que se concentra en el sentido del apego a la lealtad sin fronteras; allí Colmillo Blanco, allí también San Francisco de Asís, allí el diálogo con los hombres justos, el ostracismo de raza y especie, la vulnerabilidad de un vínculo. Lobo que vuelto hombre huyes de ellos y como Hobbes lo dijo, eres el lobo para el hombre mismo. Y sin embargo, corres a contracorriente de la luz, en pos de ellas, en su órbita que silenciosamente acompañas como rayo de luna.

domingo, 21 de agosto de 2011

NEBLINA MORADA: Mis finales de novela

NEBLINA MORADA
Mis finales de novela
Irving Ramírez

La vida se acaba muchas veces, las novelas solo una. Es decir: cada historia nuestra sucumbe y reiniciamos el diálogo con nuestra historia en un continuo renacimiento, empero las novelas derrumban su escenario y nos dejan ese sabor de lo inconcluso, porque: ¿no hay más lugar para los héroes que el silencio? No obstante, en ese sello abrupto que puede ser un rumbo, o la invitación para recrear otra historia lejos en nuestra mente, para dejarse acompañar por esos lustros, y perseguir los pasos de quienes nos dieron tal desasosiego, hallamos el ardor por los finales esenciales, y algunas novelas coronan ese ruido amargo, ese sinsabor de la mentira. Estos son los míos, los que me deleitan para acompañar mis horas y mis sueños. En el fondo todos los finales laceran.

Los que me marcan, que recorro son estos…

Al Margen, Andre Pieyre de Mandiargues. “Riéndose a grandes carcajadas de si mismo y de su desdicha, coloca contra su pecho, en el lugar preciso, el corto cañón del arma, aprieta el gatillo, y así se destroza el corazón”.

Rayuela de Julio Cortázar:”La Maga tiene una vida personal, aunque me haya llevado tiempo darme cuenta. En cambio yo estoy vacio, una libertad enorme para soñar y andar por ahí, todos los juguetes rotos, ningún problema”.

El Cuarteto de Alexandria. Lawrence Durrel: Sí, un día me encontré escribiendo con dedos temblorosos las cuatro palabras (¡Cuatro letras! ¡Cuatro rostros!)con las que todo artista desde que el mundo es mundo ha ofrecido su escueto mensajea sus congéneres. Las palabras que presagian simplemente la vieja historia de un artista maduro. Escribí. “erase que se era”.
Y sentí que el universo entero me daba un abrazo.

La Montaña Mágica. Thomas Mann. “Hubo instantes en que surgió en ti un sueño d amor, lleno de presentimientos-sueño que gobernabas-fruto de la muerte y la lujuria del cuerpo. De esta fiesta mundial de la muerte, de este terrible ardor febril que incendia el cielo lluvioso del crepúsculo ¡se elevara algún día el amor?

Molloy. Samuel Beckett. No es este el problema, ¿es decir que ahora soy mas libre? No lo sé. Ya aprenderé. Entonces entre en casa y escribí. Es medianoche. La lluvia azota en los cristales. No era medianoche. No llovía.

Jardín Secreto. Francisco Tario. “pero esta vez ya no pudo ser, y debí perder el sentido. Y en tales circunstancias de aflicción y desventura, me vi obligado, esa mañana a abandonar y ya para siempre La Encina.

El Gran Gatsby. Scott Fitzgerald. Y así, seguimos, luchando como barcos contra la corriente, atraídos incesantemente hacia el pasado.

La Invención de la Soledad. Paul Auster. Encuentra otra hoja de papel. La coloca ante sí sobre la mesa y escribe estas palabras con su pluma:

Fue, nunca volverá a ser. Recuérdalo.

Ottilia Rauda. Sergio Galindo. Melquiades sonrió feliz. Más lo habría estado si hubiera sabido que al mismo tiempo iba a vengar la muerte de Monina.

La educación sentimental. Gustave Flaubert.

-Aquella fue la mejor aventura que corrimos -dijo Frederick.
-Sí, quizás aquellas fue la mejor aventura que corrimos -dijo Deslauriers.

Y el más memorable de todos, mi favorito con el que me identifico.

Papa Goriot. Honorato de Balzac. Rastignac dio algunos pasos hacia la parte alta del cementerio y vio Paris, tortuosamente extendió a lo largo de las dos orillas del Sena, donde comenzaban a brillar las luces. Sus ojos se clavaron casi con avidez entre la columna de la plaza Vendome y la cúpula de Los Inválidos, allí donde vivía aquel mundo esplendoroso en el que había querido introducirse. Lanzó sobre aquella colmena rumorosa una mirada con la que parecía gustar de antemano su miel, y pronuncio estas grandiosas palabras:

¡Ahora sí, Paris tú y yo frente a frente, nos veremos las caras!

Esto lo hizo después de enterrar a Papa Goriot y derramar una lágrima, siendo el único asistente puesto que ni sus hijas acudieron al sepelio. Allí enterró una vida, y tomó una decisión. Este final es un desafío, y es una prueba, y es un enterrar el pasado para atisbar el futuro: ¡genial!

Un final, en resumidas cuentas, es un comienzo de algo más. Y si se cierra un libro, se abre un capitulo nuevo en nuestra vida, con la enseñanza de la transformación y del arte.

Bueno, dejo mi pudor a un lado y meto dos mías: la inédita:

La mitad de la calle está en la lluvia:
Sentía emoción, estaba genuinamente vivo, y la sorpresa del furor del mundo me daba una sensación de sosiego. Así me sentía al menos, como alguien que permancería joven por siempre por la pura voluntad, por la pura ansia de eternidad. Había burlado el tiempo. Había dado un giro a la historia que él, el huésped etéreo melancólico sabía, de otra forma, hubiese sido desastrosa; y me preparaba para sortear la tormenta; como antes, como siempre; y a urdir esas tramas que esperaban el día.

Y la otra: Mi único sueño voluntario:
No te preocupes por mi, o por lo que pueda suceder, recuerda que tengo cerca el mar, que las noches limpian mejor que los recuerdos. Escribe y déjame descansar. No hay ruptura sin regreso, Y nosotros tuvimos la suerte de conocernos y encontrarnos, hay gente que nunca lo hace y vive la suerte equivocada. Nosotros pusimos la luz de nuestro lado, Idelfonso. Es tarde. Afuera todavía existen los asesinos. Cuídate. Y toma ese boleto a todas partes. Que nada te detenga. Suéñame. Porque el día nutre el descanso de tu frente querida y yo estaré allí cada vez que lo intentes.

domingo, 14 de agosto de 2011

NEBLINA MORADA, Al faro

NEBLINA MORADA
Al faro
Irving Ramírez


¡Ah el faro: la gran luciérnaga!

Fascinante sitio que ha propiciado novelas, cuentos y películas memorables. El faro, como se sabe, es una torre en una isla o isleta o puerto que sirve para iluminar a intervalos la llegada de los barcos. No obstante, es más que eso: símbolo de la seguridad y la solidaridad de tierra adentro, emblema de la luz que se avecina a existencias azarosas, refugio de solitarios y de seres del mar. Un faro para solitarios es la poesía. Recuerdo que siempre de niño fantaseaba con habitar allí con mis gatos y mis libros y una máquina de escribir para crear una obra. Allí escuchando el rumor sensible del mar, allí entre los albatros y las lanchas a lo lejos, allí con la música necesaria que impregna ese obelisco.

La novela de Virginia Woolf Al faro, mi favorita de ella, narra la vida de una familia y la relación conflictiva de un hijo con el padre, y la excursión hacia el faro como deseo postergado del muchacho eternamente hasta la muerte del progenitor. El faro es el emblema fálico y real del poder patriarcal, y de la avasallante presencia del padre en la vida infantil que sufrieron Kafka, Broch y otros escritores. Ese inaccesible tránsito siempre prometido por el padre, es la imposible vía hacia la figura paterna también. La omnipresente presencia del autoritarismo, en estos casos.

Pero el faro es un tema para Tario y Becerra, dos escritores del mar; el uno narrador secreto, el otro poeta olvidado, ambos los mejores para mi gusto, en México. Lo usaron como metáfora, como teleología. En el cine La isla siniestra de Scorsese tiene en el faro el sitio de la revelación y la resolución del delirio del protagonista, y allí se desvela el autoengaño a que su locura le reciclaba.

Yo tengo una novela que termina en un faro, con el protagonista, escribiendo la historia al final en medio de una tormenta y oyendo "Forever Young" de Alphaville a todo volumen, y la historia de un vampiro que va a terminar allí sus últimos días en medio de la calma y la renuncia. Famoso es el faro de Alejandría, y otros, pero son lugares bellísimos, que auspician el aislamiento consentido, la presencia del guardián, del centinela de los adioses, aquel que ve los barcos sucumbir o arribar sin aspavientos, aquel que vigila la fuerza de las tormentas y que acalla la negrura de la noche con su rayo de silencio. Sí, el ser humano debería ser un faro iridiscente. Y sobre todo, capaz de iluminar su propia vida.

Los amaneceres en el mar son un prodigio, los ocasos la bendición de la vida. Allí los tonos rojizos, y la flama amarilla y naranja irrumpen con su revoloteo mercenario. O, como el gran José Carlos Becerra cuando dice: “…Sólo tu cuerpo puede iluminar la noche/sangrar de los cuatros costados de la oscuridad que pregunta/ sólo tu piel con intención de océano… Y es ella, pero es a la vez un faro”. O en la novela de Virginia Woolf en la parte final dice “James miró el faro. Podía distinguir las rocas blancas de espuma; la torre desnuda y derecha que llevaban unas barras blancas y negras; podía ver las ventanas, veía incluso la ropa lavada tendida sobre las rocas para secarse. Entonces ¿era esto el faro?... No; también eso otro era el faro. Pues nada es tan sólo una cosa; aquello otro también era el faro." El faro es además morada, hábitat de algún ser del mar, y se torna Ermita, buhardilla, torre de conexión con el cosmos; en él la tierra, el mar y el infinito acogen el destino legendario de una recepción humana a los viajeros. Termino con un fragmento de mi poema “Campo en desmemoria”:

Soy atónito en el aire
y las luciérnagas me ladran
busco en el pellejo de la tierra
un cráneo que alumbra a los viajeros
un faro que alumbra solitarios
el árbol de la espuma
la montaña sin nombre
los dedos cabalísticos
algo…